domingo, 3 de octubre de 2010

EL BUFÓN CAMUFLADO
o la cultura de la diversión




“Todavía hay personas entre nosotros
que tienen aires de venir de la crucifixión
de Cristo, y otras que parecen preguntar:
¿qué dijo? Y otras que lo ponen todo por
escrito bajo el título Los sucesos del Gólgota.”

Karl Kraus


En la edición del 25 de setiembre, el diario La Nación anunciaba, bajo el título “Se renueva adnCULTURA, siempre fiel a sí misma”, varios cambios en la importante revista de cultura. En primer lugar, que ya no saldrá el sábado, sino el viernes, como se ha verificado en el primer número de esta nueva época de ADN. Se aduce la siguiente razón: “se trata, simplemente, de ampliar el fin de semana y el tiempo que requiere una lectura más relajada y más profunda que la de las noticias cotidianas”.

El anuncio parece prometedor. ¿Hay que esperar, pues, que la revista tome un cariz más serio, profundo y problematizador que el enfoque periodístico que predomina últimamente en los suplementos culturales? Veamos los cambios que se anticipaban, y que se han cumplido fielmente en el primer número, aparecido el pasado viernes 1º de octubre:

1) “Hay más peso de lo visual. En materia de humor, se incorpora el dibujante Tute, con sus mejores gracias. Habrá también un cómic”.

2) Nuevas secciones fijas: “Placeres secretos”, donde “revelaremos gustos y aficiones, a veces inesperados, de figuras de la literatura y el mundo del arte”. “En construcción”: “se dedicará a contar qué están preparando para los próximos meses figuras relevantes de la cultura y el espectáculo”. “Blogstop”: “se encontrará de todo: noticias, pequeñas opiniones, reflexiones y análisis”. “Los artistas”: “entrevistas a fondo con creadores”.

¿Artículos de indagación, dossiers, ensayos, poemas, cuentos?: “La primera nota de tapa de este ciclo está dedicada a analizar cómo una red social como Twitter puede ser un nuevo campo de exploración para los escritores”.

En fin, está claro: más espacio para las imágenes (¡¿más aún?!), menos para la reflexión y la creación; humor y cómics, como en las revistas de entretenimiento dominicales; “gustos y aficiones” de “figuras” de la literatura y el arte, vale decir, no un mayor lugar para el análisis de sus obras, sino para los chismes y el culto de las ‘personalidades’; propaganda (“qué están preparando…”), “pequeñas opiniones”, entrevistas, Twitter… No, como lo ha demostrado efectivamente el primer ejemplar del nuevo ciclo, no cabe esperar demasiado de este giro ulterior hacia la cultura light, hacia los medios masivos, hacia la espectacularización del arte y de la literatura.

“Cómo cambiar al ritmo de Twitter” se titula la breve nota editorial de lanzamiento de este primer número, donde se lee: “Cierto sentido de la simetría nos llevó a elegir la relación entre Twitter y literatura como tema de tapa: en el crecimiento explosivo de esa red hay, de por sí, un cambio cultural, pero el sentido de ese cambio se profundiza al saber que existen escritores que experimentan con un medio que los amenaza con un límite atroz: no acepta más de 140 caracteres por entrada”.

En efecto, ese límite atroz parece verdaderamente el símbolo de la cultura doblegada a los imperativos ― rapidez, efectismo, ingenio, industria de la visibilidad, oportunismo, falta de espíritu crítico, frivolidad ― de los medios de comunicación masiva. Una cosa es la utilidad inmediata que pueda tener una invención técnica o una moda mediática, otra muy distinta ― no se me ocurre otra palabra que “esnobismo” para definir su motivación ― es convertir ese procedimiento en un “cambio cultural” y dedicar una nota de tapa a las nuevas obras maestras en formato de 140 caracteres.

Paradójicamente, en la misma edición del diario en que se anunciaban con orgullo estos cambios, aparece un ensayo de Mario Vargas Llosa, “La era del bufón”, donde precisamente se señala ese viraje de los medios hacia la cultura de la diversión y la superficialidad informativa. Vale la pena citar algunos tramos: “La información en nuestros días no puede ser seria, porque, si se empeña en serlo, desaparece o, en el mejor de los casos, se condena a las catacumbas. La inmensa mayoría de esa minoría que se interesa todavía por saber qué ocurre dirariamente en los ámbitos políticos, económicos, sociales y culturales en el mundo, no quiere aburrirse leyendo, oyendo o viendo sesudos análisis ni complejas consideraciones, llenas de matices, sino entretenerse, pasar un rato ameno, que la redima de la coyunda, las frustraciones y los trajines del día. […] Para tener derecho a la existencia y a prosperar los medios ahora no deben dar noticias sino ofrecer espectáculos, informaciones que por su color, humor, carácter tremendista, insólito, subido de tono, se parezcan a los reality shows, donde verdad y mentira se confunden igual que en la ficción.”

Las habilidades bufonescas hoy parecen dar la nota también en los medios nacionales. Lo peor del caso es que se pretenda hacer pasar gato por liebre a los lectores, prometiendo contenidos que requieren “ampliar el fin de semana” “para una lectura más relajada y profunda”. Cuando le comenté a una quiosquera de Alta Gracia de este cambio de día en la aparición de la revista cultural de La Nación, y le señalé la razón que se daba para el mismo (que haya suficiente tiempo para leer con mayor calma y hondura), la mujer me dijo, riéndose: “Claro, no va a ser porque el diario del viernes casi no se vende…” Afortunadamente, todavía hay gente que, como mi quiosquera, a diferencia de tantos intelectuales, escritores y artistas extasiados ante las bolas que vuelan en círculo a lo alto, no se chupa el dedo.


Alta Gracia, 3 de octubre, 2010.

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