miércoles, 19 de junio de 2013


El incómodo antiperonismo 

de Jorge Luis Borges


Publico aquí mi breve respuesta al artículo “Borges, del populismo al antiperonismo”, aparecido en “La Voz del Interior”, en el cual Antonio Oviedo polemizaba con mi nota “Leyenda y realidad del peronismo”, publicada en el mismo diario, que puede leerse en la entrada anterior. La demora en presentar mi réplica se debe a que la misma debía aparecer en las páginas del matutino cordobés, como es habitual en este tipo de discusiones. Si bien la envié a la redacción del periódico un par de días después de publicado el texto de Oviedo, lamentablemente, como me explica uno de sus editores, “la dinámica de las noticias de este bendito país” ha hecho imposible encontrarle un lugar en sus páginas. Sin quejas, pues, dado que entiendo muy bien esa bendita dinámica, presento aquí mi respuesta a Antonio Oviedo, aunque el número de lectores se reduzca drásticamente (no importa, ya se sabe: “pocos pero buenos”).




Antonio Oviedo, en “Borges, del populismo al antiperonismo”, publicado el 25 de marzo en “La Voz del Interior”, señala que lo llevó a las reflexiones consignadas en su nota la lectura de mi artículo “Una vieja página de Borges / Leyenda y realidad del peronismo”, aparecido en este mismo matutino el 10 de marzo. He leído sus reflexiones con gran interés. Aunque ellas tienen el carácter de una réplica polémica a mi artículo, debo confesar que una vez que cerré el diario quedé preguntándome si Oviedo, transportado por sus pensamientos, se había olvidado en el momento de escribir su artículo de lo que había leído en el mío, o si razones de espacio le habían impedido desarrollar la argumentación. Su réplica, en efecto, pareciera en realidad un diálogo consigo mismo sobre su mayor o menor simpatía con el antiperonismo de Borges (más lo segundo que lo primero) y una reseña sumaria sobre la presencia en la obra de éste de huellas de populismo y de antipopulismo, pero no ofrece ningún argumento en contra de lo que yo planteaba en mi artículo. Sólo al final, como si recién se acordara de lo que había originado sus reflexiones, apunta: “La nota de Pablo Anadón descansa en una simplificación: el antiperonismo testarudo de Borges que, así presentado, es un estereotipo hueco, y levantarlo como tal suena extemporáneo, si no se examinan los vaivenes que atravesaron sus múltiples interrelaciones.”
Dejemos de lado la evidencia de que mi “simplificación” no puede ser “el antiperonismo testarudo de Borges” (en todo caso, debería haber dicho algo así como “presenta una simplificación del antiperonismo testarudo de Borges”, si es eso lo que quería expresar); dejemos de lado también que tal antiperonismo borgesiano no es un “estereotipo hueco”, sino un pensamiento lleno de posibilidades interpretativas y agudas observaciones históricas, como es habitual en Borges, por más “testarudo” que al polemista le parezca; y dejemos de lado asimismo que en mi nota no he “levantado” nada, sino que me he limitado a consignar lo que Borges decía en su ensayo “Leyenda y realidad”, referir las repercusiones que tuvo y plantear algunos puntos de contacto entre las afirmaciones del escritor, las reacciones que éstas ocasionaron y ciertas condiciones del presente político del país, puntos de contacto claramente enumerados al final de mi artículo (relación que vuelve un poco absurdo el cargo de “extemporáneo”, a menos que se explicite en qué consistiría su anacronismo o nos aclare Oviedo qué nuevo sentido le otorga a esta palabra). Dejaré de lado tales inconsistencias argumentativas del texto de Oviedo, e incluso la “petite histoire” que traza de la evolución del pensamiento político de Borges desde el populismo juvenil al antiperonismo de la madurez, no porque no sea interesante debatir sobre esto, sino porque su breve recorrido no aporta nada nuevo al conocimiento de la obra de Borges (el recurso a textos de David Viñas y Ricardo Piglia denota, sí, cierto anacronismo bibliográfico del polemista) y me llevaría más espacio del que tengo concedido refutar algunas afirmaciones insostenibles en sede crítica, como la que plantea una supuesta proximidad del pensamiento político de Lugones y el de Borges (si éste muestra variaciones en su valoración de la poesía del cordobés, su condena del tardo filofascismo lugoniano se mantiene invariable a lo largo de los años). Dejaré de lado, no sin pena, todo esto y me centraré en las razones que pueden haber llevado a Oviedo a polemizar con mi artículo.
Machado señaló que no se puede juzgar un texto por no ser lo que el crítico hubiera querido que fuera pero el autor no se propuso hacer. Sería como condenar, por caso, “La peste” de Camus por no ser una novela histórica, descalificar “Esperando a Godot” de Becket por falta de espesor psicológico de los personajes, etc. La sentencia de Antonio Machado vale como principio de toda crítica ecuánime. Su tocayo local, sin embargo, deplora que mi artículo se concentre en un texto de Borges, en vez de hacer la historia total del vínculo entre su obra y la política, un objeto de estudio sin duda apasionante para una tesis de doctorado, pero arduo de comprimir en el espacio de una nota periodística (él intenta hacerlo en la que llama su “petite histoire”, y por cierto fracasa). ¿Qué ha movido a Oviedo a escribir esa réplica, cuyo propósito parece ser disminuir la importancia del antiperonismo borgesiano a través del recuerdo de su adhesión juvenil al yrigoyenismo y de su atracción por la violencia y el mundo de las “orillas” porteñas? Se me ocurren varias razones de diversa índole; me limitaré a dos.
En primer lugar, es evidente que el antiperonismo borgesiano le ocasiona serias incomodidades a la admiración que el actual director de la Biblioteca Córdoba parece sentir por la obra literaria de Borges: lo califica como “recalcitrante” y “testarudo”, y define las críticas que el escritor dirige a Perón como “ora despiadadas, ora insolentes”. Es notable que un intelectual como Oviedo tome a broma el ultraje laboral sufrido por Borges, por el mero hecho de ser un disidente (uno más, al fin, de los innumerables casos de abuso de poder en aquellos años), y juzgue en cambio “despiadadas”, e incluso “insolentes”, las críticas borgesianas a Perón, como si plantear críticas al poder fuera una insolencia, una falta de respeto (justamente punible, por lo tanto), y hasta una ausencia de espíritu compasivo para con el pobre Teniente General. Personalmente, no veo escisión alguna entre la obra literaria de Borges y su pensamiento político: su célebre “Poema conjetural”, citado por Oviedo, es una clara toma de posición política, y no es casual que lleve al pie la fecha de 1943, año del ascenso de la facción militar nacionalista y filofascista en la Argentina. Si a nuestro polemista le molesta el pensamiento político de Borges debería examinar su admiración por la obra de éste, no criticar a quien le recuerda esa faceta que prefiere no ver en la obra del maestro.
En segundo término, llama poderosamente la atención que Oviedo nada diga sobre lo que ocupa todo el final de mi artículo: la vigencia, en el presente de nuestro país, de algunas notas del peronismo señaladas por Borges (en especial, la vocación autoritaria y verticalista del peronismo y la duplicidad del gobernante que predica la justicia social, la distribución de la riqueza, y se comporta como un nuevo rico, un rico que ha logrado su prodigioso enriquecimiento a través de la política), y el clima de intimidación que revelan las repercusiones que tuvo el artículo de Borges en su momento, que también parece encontrar ecos, crecientes, en la actualidad. Bastarían estas persistencias para demostrar que el antiperonismo de Borges dista mucho de ser un “estereotipo hueco”. También aquí sería interesante que Oviedo reflexionara y definiera su posición al respecto, para saber a ciencia cierta si lo que le incomoda en mi artículo es una eventual “simplificación” del pensamiento político de Borges o que se lo haya hecho presente, tan sólo glosándolo y vinculándolo con la situación actual de la Argentina.


P. A. / Córdoba, 27 de marzo, 2013.