lunes, 8 de diciembre de 2014

MARIPOSAS MUERTAS EN LA CIUDAD

"La cosecha del día" (Córdoba, 07-XII-14)
Fotografía de Ana Paula Skoczynski


Mariposas muertas en la ciudad


“Fiore animato senza stelo”

“Com'è giunta nel cuor della città?”

G. Gozzano


 “Tristeza que es amor…”
A. Machado



Hoy he sabido que allá en la ciudad
—Que fue nuestra ciudad— amaneció
Con las calles, las plazas, los balcones
Llenos de mariposas moribundas
O ya muertas, como una temblorosa

Resaca de colores que dejó
La marea del alba al retirarse.
Tarde, ahora, en mi pueblo, por la noche,
Te puedo imaginar, aún soñolienta,
Bajar a la vereda en la mañana

Y encontrar el follaje de criaturas
Frágiles sobre el suelo, como hojas
Otoñales o flores sin su tallo;
Veo también tus manos, que recogen
Con premura de madre esos despojos;

Y puedo ver, en tu pupila azul, la nube
Antes del llanto, y sé que esta tristeza
Por tu dolor, que vuelve a mi garganta,
Es todavía amor, y la cosecha
De mariposas muertas se parece

Al pasado, a las horas más felices
Que conocimos, y que a veces tiemblan
Como alas secas al azar del viento,
Ya sin manos piadosas que las guarden
En el cálido cuenco de las palmas;

Y sus colores palidecen, se hacen
Ceniza, sombra, nada, aire en el aire,
O bien vaga ilusión de la nostalgia,
Un polvillo irisado, suspendido
En un rayo de sol en la memoria.


                                            A Ana Paula


P. A.
Villa Dolores, 07-XII-14

lunes, 29 de septiembre de 2014

RELEYENDO LA CORRESPONDENCIA 
DE RILKE, TSVIETÁIEVA Y PASTERNAK







RELEYENDO LA CORRESPONDENCIA
DE RILKE, TSVIETÁIEVA Y PASTERNAK


Las tres de la mañana, todavía
A la luz de la lámpara, leyendo
Cartas escritas hace casi un siglo.
Bajo la tierra, tanto tiempo atrás,

Quedó lo que sintieron, apagado
Caleidoscopio milagroso, solo
E irrepetible. Pero en sus palabras
Te reconoces, como en un retrato

Fraterno. Es tarde. Todavía esperas
Una carta, también, que no vendrá.
Detrás de la ventana, allá en las sierras
Que abrazaron tu infancia, suenan truenos

Que ruedan, como Sísifo, el peñón
De vida, muerte, tiempo, historia,
Eternidad. Ya caen en los vidrios
Unas primeras gotas, como si llegaran

De aquellos ojos, sobre tus mejillas,
Cálidas gotas, de dolor tal vez
O de alegría ―o de indecible, al fin,
De ahogada, incomprensible absolución.



P. A.
29-IX-14

domingo, 7 de septiembre de 2014

Boris Pasternak
(1890-1960)

Primavera en el bosque


Isaac Levitan, "Primavera en Crimea" (1900)


Весна в лесу

  
Отчаянные холода
Задерживают таянье.
Весна позднее, чем всегда,
Но и зато нечаянней.

С утра амурится петух,
И нет прохода курице.
Лицом поворотясь на юг,
Сосна на солнце жмурится.

Хотя и парит и печет,
Еще недели целые
Дороги сковывает лед
Корою почернелою.

В лесу еловый мусор, хлам,
И снегом всё завалено.
Водою с солнцем пополам
Затоплены проталины.

И небо в тучах как в пуху
Над грязной вешней жижицей
Застряло в сучьях наверху
И от жары не движется.


Борис Пастернак



*


Primavera en el bosque


Tercos fríos demoran el deshielo.
Más tardía que nunca
Llega la primavera
Pero por eso aún más inesperada.

El gallo desde el alba
Corteja y acorrala a la gallina.
El pino vuelve la cabeza al sur
Y entrecierra los ojos bajo el sol.

Aunque el calor sofoque,
Por enteras semanas todavía
El hielo inmoviliza los caminos
Bajo costras negruzcas.

En el bosque de abetos, las cortezas
Y las basuras, todo lo recubre la nieve.
A medias en el agua y en el sol
Se inundan los declives del deshielo.

Y el cielo en nubes, que son casi plumas,
Sobre estos fangos de la primavera,
Se ha enredado en lo alto de las ramas,
Ya no puede moverse del calor.


Boris Pasternak


[Versión de Pablo Anadón
Córdoba, 7 de septiembre, 2014]

viernes, 5 de septiembre de 2014

Boris Pasternak

(1890-1960)


EN EL HOSPITAL






Sencilla y a la vez extraña, fácil y a la vez difícil de traducir es la poesía última de Pasternak. La combinación de una clara textura narrativa y de inesperadas asociaciones analógicas (a menudo comparaciones, cosa rara en la poesía moderna); la mezcla sin solución de continuidad de registros altos y bajos, de dimensiones concretas y abstractas, de hábitos cotidianos y rituales eternos, de prosaísmo y lirismo, todo en una trama extraordinariamente musical, con una prieta métrica y con rima perfecta sistemática en todos los versos de las acostumbradas cuartetas de sus poemas, y con la economía propia del idioma ruso, hacen que si bien sea más o menos accesible la lectura de los textos (la mínima parte de facilidad), lograr que en castellano los versos ―más extensos y morosos, necesariamente, por la estructura misma de la lengua― no suenen a prosa y recuerden en cambio vagamente la poesía, es tarea ardua. No sé si lo logro. Aquí una muestra, el poema “En el hospital”, de su libro, publicado un año antes de su muerte, Cuando aclara (1959), que en estos días estoy traduciendo. Como se podrá apreciar, el poema, que comienza casi como una crónica, va tomando intensidad y se va enrareciendo en densidad poética a medida que transcurre, hasta la plegaria con que el texto termina.



En el hospital


Se quedaban como ante una vidriera,
Casi cubriendo la vereda. Luego,
Subieron la camilla a la ambulancia
Y entró también, de un salto, el camillero.

Y partió la ambulancia, zigzagueando
Entre aceras, curiosos y portales,
Se hundió con sus fanales en la sombra
Entre el fragor nocturno de la calle.

Calles, agentes, caras refulgieron
A la luz de los faros, un instante.
Sosteniendo una ampolla de amoníaco
La enfermera oscilaba, tambaleante.

Llovía, y en la sala del ingreso
Un caño de desagüe resonaba
Tristemente; un renglón y otro renglón
Del formulario un hombre borroneaba.

Lo ubicaron al lado de la entrada.
Estaba todo el pabellón completo.
Mareaba el vaho del yodo; a la ventana
De la calle llegaban las ráfagas de viento.

La ventana abarcaba en un cuadrado
Un jirón de jardín, un manojo de cielo.
Y la mirada del recién llegado
Se habituaba a la sala, las batas, las baldosas.

Por cómo balanceaba la cabeza
La enfermera, y el tono de su voz
Cuando le hablaba, comprendió de pronto
Que era la de su muerte esa ocasión.

Fue entonces que miró con gratitud,
Fugazmente, a través de la ventana,
La pared con las chispas de un incendio
Que desde la ciudad la iluminaban.

Allí, llameaba, roja, una barrera,
Y entre las calles y su resplandor
Un arce, con las ramas retorcidas,
Se inclinaba ante él en un gesto de adiós.

Oh Señor, qué perfectas que son todas
Meditaba el enfermo— tus acciones:
Las camas, y los hombres, y los muros,
La noche de la muerte y la ciudad de noche.

He tomado una dosis de somnífero
Y aprieto mi pañuelo mientras lloro.
Oh Dios, las lágrimas de mi emoción
Son las que no me dejan ver tu rostro.

Me es dulce, en la luz tenue que desciende
Sobre las sábanas, apenas, pálida,
Reconocerme y conocer mi suerte
Como si fuera una preciosa dádiva.

Muriendo aquí, en un lecho de hospital,
Hoy siento la tibieza de tus palmas.
Como una hechura tuya me sostienes
Y me guardas de nuevo, un anillo en su caja.


Boris Pasternak
(1956)

[Versión de Pablo Anadón
Córdoba, 29 de agosto-5 de septiembre, 2014]


*


В БОЛЬНИЦЕ


Стояли как перед витриной,
Почти запрудив тротуар.
Носилки втолкнули в машину.
В кабину вскочил санитар.

И скорая помощь, минуя
Панели, подъезды, зевак,
Сумятицу улиц ночную,
Нырнула огнями во мрак.

Милиция, улицы, лица
Мелькали в свету фонаря.
Покачивалась фельдшерица
Со склянкою нашатыря.

Шел дождь, и в приемном покое
Уныло шумел водосток,
Меж тем как строка за строкою
Марали опросный листок.

Его положили у входа.
Все в корпусе было полно.
Разило парами иода,
И с улицы дуло в окно.

Окно обнимало квадратом
Часть сада и неба клочок.
К палатам, полам и халатам
Присматривался новичок.

Как вдруг из расспросов сиделки,
Покачивавшей головой,
Он понял, что из переделки
Едва ли он выйдет живой.

Тогда он взглянул благодарно
В окно, за которым стена
Была точно искрой пожарной
Из города озарена.

Там в зареве рдела застава,
И, в отсвете города, клен
Отвешивал веткой корявой
Больному прощальный поклон.

«О господи, как совершенны
Дела твои,— думал больной,—
Постели, и люди, и стены,
Ночь смерти и город ночной.

Я принял снотворного дозу
И плачу, платок теребя.
О боже, волнения слезы
Мешают мне видеть тебя.

Мне сладко при свете неярком,
Чуть падающем на кровать,
Себя и свой жребий подарком
Бесценным твоим сознавать.

Кончаясь в больничной постели,
Я чувствую рук твоих жар.
Ты держишь меня, как изделье,
И прячешь, как перстень, в футляр».


Борис Пастернак
(1956)

sábado, 21 de junio de 2014


ALEJANDRO BEKES


Pablo Anadón







Como escribí hace unos días, cuando publiqué un poema que me dedicara años atrás Roberto Daniel Malatesta, nunca he incluido en este blog reseñas, ni ensayos, ni cartas, ni enlace alguno referido a mi poesía, mis trabajos críticos o mis traducciones. Señalaba en la entrada aquella que si no lo he hecho, no es porque me parezca mal hacerlo, sino por pudor provinciano. Creo que hay más, aparte de ese pudor muy cierto: diría que se trata de una mezcla de pereza ni siquiera sé dónde andan muchos de esos textosy de una inclinación parecida al fatalismo con respecto a mi “obra”, como si sintiera que si algo en ella vale, deberá abrirse camino por sí solo, sin mi ayuda. Eso mismo lo he aplicado a mi vida, a mi carrera profesional y a casi todo sin duda con malos resultados, como es previsible. En este tiempo, en que mi existencia, y por consiguiente lo demás, estuvo a punto de desaparecer, y en que todo se me ha vuelto un tembladeral, he sentido la necesidad de sostenerme en lo que pudiera darme una ilusión para mi vida, una “promesa de felicidad”, y lo he buscado en el amor, en la amistad y en la poesía. De amistad y de poesía tratan estos textos, que no publico por vanidad, sino porque me han ayudado y me ayudan a sobrevivir. Por pudor y por ironía, los reúno bajo el nombre de “La Egoteca”, pero más bien les corresponde el título que tomo y parafraseo de un poema de Guillaume Apollinaire, escrito para la boda de su amigo André Salmon: “De la amistad fundada en poesía”. Aquí un poema que hace un par de años me enviara mi hermano por consanguinidad poéticaAlejandro Bekes, que ahora, releyéndolo, me ha conmovido tanto o más que cuando lo leí por primera vez. La casa en la que este amigo me recuerda, desde la cual se oía el arroyo de Alta Gracia, ya no es la mía; tampoco tengo ahora una chimenea, como entonces, para pasar las noches a su lado; me quedan, sí, la pipa y los versos, esos versos que ojalá, según se lee en el poema, “lleve un ángel” como esos de Chagall– “de la mano”.



PABLO ANADÓN


Lo veré siempre así, como lo he visto
junto al hogar, leyendo, hace mil años,
cargando en la alta noche su impertérrita,
filosófica pipa. Luz de un fuego
que arde mal, a capriccio. Afuera cruje
la escarcha en el camino, si alguien pasa.
La leña entre las llamas finge un bosque
de cuento misterioso, y el arroyo
que murmura allá abajo, incalculable,
sabe más de nosotros que esas letras
que el ojo advierte o que la mano traza.
El fuego persevera sin embargo:
da su calor y el acre olor del humo,
si no da luz. Tristeza que es amor,
dice la voz perdida. Alta tristeza
de amor entre las ruinas del silencio,
y el tiempo que se fue con su secreto
sin revelar, como en el bosque antiguo
se extravió Pulgarcito, ya muy lejos
y lejos para siempre de su casa.
Amigo mío, así te veré siempre,
junto al hogar, soñando, pensativo...
Melancólica pipa, luz del fuego
y un ángel con tus versos de la mano.


14 de mayo 2012



ALEJANDRO BEKES


lunes, 16 de junio de 2014

KONSTANTINO KAVAFIS

Las ventanas




Hace algunos años, una estudiante chipriota, Noelia Onisifora, que asistía a mis cursos de Literatura Hispanoamericana para extranjeros, nos leyó en clase, en el original, un par de poemas de Konstantino Kavafis. Además de la maravilla de escuchar en griego, de labios de una jovencita que creció hablando esa lengua, poemas tantas veces leídos en traducciones, me admiró la musicalidad cadenciosa de los versos y la presencia de la rima. Esto me confirmó de manera vívida, digamos, lo que me había referido años atrás Horacio Castillo sobre la composición métrica de la poesía de Kavafis. Aquí ofrezco un intento de “retraducir”, en una versión medida y rimada en castellano, uno de los primeros textos del poeta alejandrino que leí, cuando era aún adolescente, en una página sepia, que todavía conservo, del suplemento literario de “La Prensa”, justamente en traducción de mi querido maestro. Presento aquí, pues, las dos versiones de “Las ventanas”: la primera, en verso libre, de Castillo, y luego mi ejercicio de versión métrica, para uso personal (no sé nada de griego). En el penúltimo verso, aunque la palabra “tormento” empleada por Castillo me venía bien para mantener la asonancia que utilicé en el resto del texto, opté al fin por “tiranía”, que aparece en otras traducciones consultadas y que tiene para mí una fuerza especial. Dedico esta versión indirecta a Horacio Castillo, in memoriam, y, claro, a Noelia, cuya lejana lectura me sirvió de estímulo para este ejercicio. Es un poema que, en estos días, he recordado a menudo.


LAS VENTANAS

En estos oscuros cuartos donde paso
días pesados, voy de un lado al otro
para hallar las ventanas. –Cuando se abra
una ventana será un consuelo–.
Pero las ventanas no aparecen, o yo no puedo
hallarlas. Y quizás sea mejor que no las encuentre.
Quizás la luz sea un nuevo tormento.
Quién sabe qué cosas nuevas mostrará.

KONSTANTINO KAVAFIS

[Versión de Horacio Castillo,
en su antología Poesía griega moderna,
Editorial Vinciguerra, Buenos Aires, 1997]


*


LAS VENTANAS

En los cuartos oscuros donde paso
estos días de agobio, me paseo
de un lado al otro en busca de ventanas.
Si alguna se abre me dará un consuelo–.
Pero ninguna existe, o yo no logro
encontrarla. Y tal vez, si es que no puedo
hallarla, sea mejor. Porque la luz
quizá traiga una nueva tiranía.
Quién sabe qué otras cosas mostraría.

KONSTANTINO KAVAFIS

[Versión, para uso personal,
de P. A., Córdoba, 16-VI-14]

viernes, 13 de junio de 2014

ROBERTO D. MALATESTA

Mi amigo vive cerca del arroyo




Hasta ahora, nunca he incluido en este blog reseñas, ni estudios, ni cartas, ni enlaces referidos a mi obra llamémosla así, no porque me parezca que esté mal hacerlo, sino seguramente por resabios de pudor provinciano. Ayer, sin embargo, me llegó un nuevo libro de Roberto D. Malatesta, La estrella roja y otros poemas, donde aparece un texto que este amigo me dedicó hace años, luego de que pasara unos días en mi casa, que entonces quedaba en Alta Gracia, a unos metros del arroyo que bordea la ciudad. Los versos, que ya conocía, porque me los había enviado poco después de su visita, me conmovieron nuevamente, esta vez de otra manera, como si todo lo pasado y perdido volviera, resonara de pronto en sus palabras, se hiciera vívido en torno a sus imágenes: lo vi sentado en la vieja reposera (él la asciende generosamente a sillón, por razones eufónicas), que alguna vez fue roja y en ese entonces ya era anaranjada, y que todavía conservo; lo vi a la entrada de mi casa, donde también yo pasaba largas horas escuchando el rumor del agua, las voces familiares que venían de adentro, y observando las variaciones de la luz entre los árboles, los pájaros en el cielo del norte, lo que iba y venía por la calle de tierra... A sus versos les debo, pues, este imprevisto retorno en el tiempo. A modo de modesto agradecimiento, he decidido que sean ellos los que inicien una nueva sección en el blog, que podría llamarse según una ocurrencia humorística de otro amigo, Pedro Mairal– “La Egoteca”, o bien, menos egocéntricamente, parafraseando palabras de Apollinaire: “De la amistad fundada en poesía”.


MI AMIGO VIVE CERCA DEL ARROYO

Mi amigo vive cerca del arroyo.
Desde su casa puedes escuchar
la cadencia del agua.
Yo mismo, ensimismado, me detuve
a oír, sentado en su sillón naranja.
Ciertamente mi amigo es muy afortunado,
camina a orillas del arroyo
hasta llegar al parque
y las sierras le abrazan
el horizonte.
Yo podría envidiarlo
pero no lo hago.
Si no fuese mi amigo
otra cosa sería.
Al serlo un poco soy
yo el que vive
tan cerca de un arroyo.
Su rumor se percibe a través del poema.

                         (de otros tiempos, a Pablo Anadón)

ROBERTO D. MALATESTA

[En: La estrella roja y otros poemas,
Editorial Leviatán, Buenos Aires, 2014]